Día 4, miércoles
Nos encontramos ahí, en la puerta de Cherrys, a eso de las seis y cuarto. Habíamos quedado más temprano, pero llegué tarde. Me excusé diciendo que me había quedado dormido (cosa que era cierta) luego de almorzar el sancochado con ensalada que me embutí a eso de las cuatro. Caminamos por ahí sin ir a ningún lugar en concreto, aunque teníamos planeado ir a la obra de teatro de la Plaza Isil sobre Rachel Corrie, la chica que se fue a Palestina y que acabó muerta debajo de un camión israelí. Los dos estábamos muy emocionados con eso. Caminamos haciendo un pequeño desvío por el parque frente al colegio Santa María, donde nos sentamos en una banca. Tú te sentaste en la parte de cemento y yo en la de madera, por lo que estaba más abajo que tú. Nos abrazamos. "Temblor", dijiste, pero por algún motivo pensé que estabas bromeando, moviendo tus pies sobre la madera y simulando pequeñas sacudidas. No te hice caso. "Está largo", dijiste, mirando a tu alrededor, mientras los pájaros volaban como locos y yo veía como la gente iba de aquí para allá. "¿Temblor?", te pregunté. "Sí", respondiste. "Pensé que estabas bromeando". El temblor se hizo muy fuerte. Los carros que pasaban y las bancas y los edificios se movían. Las lunas de los edificios, sobre todo, se movían. Las plantas que estaban en frente nuestro se sacudían. La gente empezó a gritar. Las familias salían de sus casas a la calle (era hora punta), los niños gritaban de terror y las alarmas de los carros estacionados chillaban. Te dije que tenía miedo. Supongo que eso te causó ternura, porque me abrazaste diciéndome que no me preocupara, que estaba contigo. Ahora me doy cuenta que soy más miedoso que tú (ayer, cuando te acercaste a aquel ave de raza indecifrable que dormía sin cabeza, pensé lo mismo). Parecía que nunca se iba a acabar. Cuando por fin terminó, caminamos en dirección a mi casa. Todos estaban afuera intentando hablar por teléfono y muchos escuchaban RPP. Se respiraba un aire exaltado en la calle. Una niña vestida de colegio comentaba excitada cómo cayeron las cosas de su cuarto. Yo te tomé de la mano y te di un largo beso en la boca. "Ya no va a haber obra", me dijiste. "Ya no", te dije. "Pero me gustó pasar el terremoto contigo", agregué.
Nos encontramos ahí, en la puerta de Cherrys, a eso de las seis y cuarto. Habíamos quedado más temprano, pero llegué tarde. Me excusé diciendo que me había quedado dormido (cosa que era cierta) luego de almorzar el sancochado con ensalada que me embutí a eso de las cuatro. Caminamos por ahí sin ir a ningún lugar en concreto, aunque teníamos planeado ir a la obra de teatro de la Plaza Isil sobre Rachel Corrie, la chica que se fue a Palestina y que acabó muerta debajo de un camión israelí. Los dos estábamos muy emocionados con eso. Caminamos haciendo un pequeño desvío por el parque frente al colegio Santa María, donde nos sentamos en una banca. Tú te sentaste en la parte de cemento y yo en la de madera, por lo que estaba más abajo que tú. Nos abrazamos. "Temblor", dijiste, pero por algún motivo pensé que estabas bromeando, moviendo tus pies sobre la madera y simulando pequeñas sacudidas. No te hice caso. "Está largo", dijiste, mirando a tu alrededor, mientras los pájaros volaban como locos y yo veía como la gente iba de aquí para allá. "¿Temblor?", te pregunté. "Sí", respondiste. "Pensé que estabas bromeando". El temblor se hizo muy fuerte. Los carros que pasaban y las bancas y los edificios se movían. Las lunas de los edificios, sobre todo, se movían. Las plantas que estaban en frente nuestro se sacudían. La gente empezó a gritar. Las familias salían de sus casas a la calle (era hora punta), los niños gritaban de terror y las alarmas de los carros estacionados chillaban. Te dije que tenía miedo. Supongo que eso te causó ternura, porque me abrazaste diciéndome que no me preocupara, que estaba contigo. Ahora me doy cuenta que soy más miedoso que tú (ayer, cuando te acercaste a aquel ave de raza indecifrable que dormía sin cabeza, pensé lo mismo). Parecía que nunca se iba a acabar. Cuando por fin terminó, caminamos en dirección a mi casa. Todos estaban afuera intentando hablar por teléfono y muchos escuchaban RPP. Se respiraba un aire exaltado en la calle. Una niña vestida de colegio comentaba excitada cómo cayeron las cosas de su cuarto. Yo te tomé de la mano y te di un largo beso en la boca. "Ya no va a haber obra", me dijiste. "Ya no", te dije. "Pero me gustó pasar el terremoto contigo", agregué.
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